sábado, 15 de junio de 2013

De chiquito mi viejo...

En épocas donde vemos que todo sigue pasando y la pelota está cada vez más manchada, sentí la necesidad de compartir con ustedes este material donde un hijo le agradece al padre la particular manera de transmitirle esa pasión inexplicable. Vos sabés de que te hablo.  
Mi padre es un hombre de pocas palabras. Muy pocas les diría, pero rotundas y concisas. Es dueño de un rostro temerario les aseguro, y si bien siempre lució unos bigotes que subrayaban su nariz con un estilo anticuado, la seriedad de su fulminante mirada es solo un decorado más de su tierno y avejentado rostro.


Un largo camino al cielo...

Digan que aprendí a interpretarlo rápidamente cuando apenas tenía unos 6,7,8 años sino hoy mi situación sentimental hacia el club de mis amores sería distinta.  Mi viejo, quien fuera criado a la vieja ultranza, Transmisor de una paz asqueante y dueño de una sabiduría admirable. Aquel que está ahí, es mi padre. Si, ese, el único culpable de que hoy sea hincha de Huracán.

No reniego ojo, al contrario. Pero creáme no salgo de mi asombro por la manera en la que me pasó el legado más valioso junto con el apellido. Sepa usted que mi historia es particular porque no me vendí por ningun regalo ni me deje llevar por la familia cercana, me tomé mi tiempo. Dicha elección tan importante amerita pensarlo y si es necesario, repensarlo y cambiar a tiempo. No se deje llevar por ese cliche barato, digno de un vende humo tóxico que afirma que se puede cambiar de todo en la vida pero jamás podrá “cambiar de club”.

Sepa usted que el llanto por una derrota o por un gol intrascendente sobre la hora, marcaran cuna tatuaje en la piel su niñez para toda la vida. con un amor que dejaran el día que se mueran (en un cajón, pintado con sus colores claro está). Volviendoo a mi viejo, fue aquel, que con la indiferencia me hizo hincha.

Si, leyó bien. Aquel, que cuando iba perdiendo ese leve amor por su Huracán apreciado que supo tener en su infancia quizás, se apoyo en mi y avivó esa llama que con poco carbón le había inculcado su padre, Elias, mi peculiar abuelo (apoyado por familiares suyos ya fallecidos que habitaban parque patricios me confeso un día). Es aquel que cometió el pecado de llevarme a la cancha. Que digo cancha, palacio. Inmenso en aquel entonces.

Ahí, en ese lugar sagrado para el hincha llamado cancha (2da casa) supe vivir anécdotas que quisiera compartir con ustedes. Aquel que fue contadas veces con quien les escribe a una cancha e incluso fue criticado por ello, dejó sorpresivamente recuerdos imborrables en mi cabeza. Finales, partidos intrascendentes, remontadas increíbles y goleadas históricas pasamos juntos en la popular Ringo Bonavena. Todos casos donde el sufrimiento fue el tercero en discordia. Y si, ya lo dijo el famoso tango "Naranjo en Flor": "Primero hay que saber sufrir" para después amar. Cuanta razón tenía...

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